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Piano al Barrio es una propuesta musical para las tardes

Tardes de Piano en Ananké

El piano es compacto, de pared. Es un Yamaha original, de madera, de finales de los años 80. Cuando Andrés Caicedo era niño se sentaba frente a ese instrumento para tocar sus primeras canciones.

Los años pasaron, él se convirtió en baterista, copropietario de Ananké y aquel piano, que reposaba silencioso en la casa de sus padres, pasó a musicalizar en vivo el local de la González Suárez

Caicedo creció en Quito y recuerda que, hace algunas décadas, había más bares, restaurantes y cafeterías que contaban con pianistas que amenizaban las charlas, las comidas, los reencuentros.

La idea para animar las tardes

Con ánimo de recuperar ese encanto de antaño, y  en consonancia con su apoyo permanente a los músicos locales, él y su socio decidieron ofrecer, desde finales de abril, un nuevo atractivo cultural para sus clientes y para la González: Piano al Barrio.  

 “Se nos ocurrió poner a tocar a un pianista por las tardes porque sentíamos que ese es un horario que suele estar medio olvidado”, dice Caicedo, a las 18:20 de un jueves. La idea, además, era darle al público una “opción entretenida” y desde inicios de semana. 

 Cada día toca un pianista distinto, en dos sets de 45 minutos. El músico de hoy se llama Sebastián Rodríguez, es argentino y tiene 20 años.  “Lo que más disfruto de tocar aquí —dice emocionado— es el ambiente, la conexión con el público y la libertad que tengo para elegir la música que quiero compartir”. Para el show de esta tarde, por ejemplo, preparó canciones de Los Beatles, boleros y unos cuantos temas de música clásica.

 El venezolano Jairo Gómez, la colombiana Ana Millán y los ecuatorianos Eduardo Faour, Bernardo Torres y Daniel Herrera —que tienen entre 18 y 34 años— completan el elenco de pianistas profesionales que interpretan jazz, rock, música latinoamericana, en inglés, y sus propias canciones. “Y desde hace un buen tiempo estamos buscando a alguien que toque pasillos”, dice Caicedo sonriendo y detalla que a cada artista se le paga por su trabajo. 

La invitación queda hecha para que los músicos y el público se encuentren para escuchar y sentir todo lo que las teclas suaves de un piano pueden transmitirles.

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Escrito por Óscar Molina

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