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La Rambla, el corazón de Barcelona

Recuerdo caminar por La Rambla con un jugo—allí le dirán zumo— de coco y piña en la mano. Un sorbo, dos pasos. Era un vaso de jugo fresco, comprado instantes antes en el mítico mercado de La Boquería. El mercado que ha amanecido cerrado [por luto] el día después [siendo viernes, cuando suele estar atiborrado de turistas] del atentado yihadista del 17 de agosto del 2017 perpetuado a escasos metros de sus puertas. En el corazón mismo de Barcelona

Así recorría la calle peatonal más famosa— y concurrida— de la capital catalana. Con una bebida refrescante para acompañar mis pasos y apaciguar los grados centígrados en aumento de los últimos días de primavera. Caminaba, todavía con rastros dilatados en mi memoria de las maravillas gastronómicas de La Boquería. De los percebes, langostinos y langostas pescados esa misma mañana. De pulpos, doradas y lisas colocados sobre camas de hielo. De las verduras, plantas y flores comestibles multicolores del puesto de Patràs… Del olor de las piernas del jamón ibérico colgadas unas detrás de otras, de los huevos fritos con chipirones de El Quim… Así me gusta —o prefiero—  recordarlo.

Dicta la tradición que a La Rambla hay que recorrerla de arriba a abajo, en la dirección en la que el agua baja hasta el mar. Porque donde ahora se erige esta calle antaño fue el cauce seco de un río. De allí viene su nombre, de la palabra árabe ‘ramla’ que significa “cauce de río arenoso”. Entonces el recorrido debería iniciar en la plaza de Cataluña y terminar en el antiguo puerto de la ciudad, la plaza Portal de la Paz. 

Esa primavera hice casi omiso del consejo [habitual en las guías turísticas] y empecé mi recorrido por La Boquería. Como pasa con ‘Rayuela’ de Cortázar que puede leerse según las instrucciones del autor o hilvanar los capítulos a gusto del lector. Cada quién emprende el camino a su modo. 

Después de la parada en el mercado, la ruta sigue entre variados kioscos: de periódicos, ‘souvenirs’, plantas y flores. Y aunque estos puestos son ‘leit motiv’ en todo el trayecto al avanzar se vuelve obvio que La Rambla es en realidad varias ramblas en una. Es decir, que sus 1,2 kilómetros están divididos en tramos, cada uno con una ‘personalidad’ diferente y única. 

La parte en donde se encuentra La Boquería es la denominada Rambla de San Josep. Conocida también como de la flores, por los tenderetes de estas coloridas plantas que se extienden por la zona. Allí se levanta también, en una casa color azul pastel y numerosos ventanales con balcones el Museo Erótico de Barcelona. En el número 96. Es el ‘hogar’ de 800 piezas que dan fe del desarrollo del erotismo a través del tiempo y las culturas. Hay desde recreaciones de escenas sadomasoquistas hasta una colección de cine erótico español. 

Hacia arriba, en contracorriente, está la Rambla de los Estudios. Lleva este nombre porque antes en las inmediaciones se ubicada el Estudio General o Universidad. Tiempo atrás se alzaba también ahí el antiguo Mercado de los Pájaros. Quedan de ‘recuerdo’ algunas cotorras que descansan entre las hojas de los árboles de plátano sembrados en el lugar. Como los puestos de venta de comida, artículos y otras tantas cosas, es característico el pavimento en forma de olas— en un arreglo claroscuro— que cubre el paseo. Del que solo me percato cuando llevo un buen tramo caminado. 

Pasado el mediodía, la céntrica calle se va llenando de transeúntes. Unos son turistas ensimismados que se paran cada tanto a contemplar, fotografiar o comprar…otros son  jóvenes que animados la recorren a zancadas entre risas y jolgorio, y están también los locales y habituales de la vía que la conocen desde siempre. Recuerdo seguir caminando, ya sin el jugo en la mano, bajo el sol y abriéndome paso entre la gente. Recuerdo las postales a uno o dos euros y a los pintores produciendo ‘in situ’. Con su catálogo de obras exhibido y apilado al aire libre.  

En la parte más alta, cerca de la Plaza Cataluña, está la Rambla de Canaletes. Su atractivo principal es una fuente con la que comparte nombre. A imagen y semejanza hay otras 17 del mismo diseño repartidas por toda la ciudad. Pero la de La Rambla tiene una fama especial. Se dice que quien bebe agua de alguno de sus cuatro surtidores volverá [con toda seguridad] a Barcelona. Esa misma fuente es, además, punto de encuentro tras las victorias del club para los fieles seguidores del Barça. 

En esa ocasión no bebí de la fuente, pero recuerdo haber bebido sangría al atardecer en un restaurante de los alrededores en mi primera visita a la capital catalana—en el invierno de 2015—. Una actividad arquetípica recomendada para todo turista. Dos años después regresé a Barcelona. 

Los tramos restantes de La Rambla los recorrí en la tarde y noche de ese mismo día. Tras una agotadora jornada en la montaña del Tibiado. El punto de partida fue el mismo que en la mañana. A unos metros de La Boquería está lo que para algunos es el centro y corazón de la transitada vía. Se trata de una obra de Joan Miró en pleno pavimento. Quizás imperceptible para los que apuran el paso. Desde diciembre de 1976 yace allí un mosaico circular en azul, rojo y amarillo—símbolo de la totalidad y perfección— con el trazo característico del surrealista español. 

Recuerdo bajar— ahora sí siguiendo el curso de la ‘corriente’— y detenerme a observar el Gran Teatro Liceo, atraída por los ventanales tornasol del edificio. Creado en 1847 sigue siendo la casa de la ópera de Barcelona. El tramo en donde se levanta el ‘Liceu’ lleva el nombre de la Rambla de los Capuchinos. Alrededor se extienden el conocido barrio Gótico y el Raval

La temperatura en ascenso me obligó a hacer una parada [obligatoria] en la heladería Rocambolesc —creación de Jordi Roca (de El Celler de Can Roca) y su esposa Alejandra Rivas— para degustar alguno de sus creativos sabores. Recuerdo seguir caminando, esta vez paleta en mano, pasar la calle Colón que desemboca en la concurrida Plaza Real y también el Palacio Güell, una de las tantas muestras arquitectónicas de Gaudí desperdigadas por la ciudad. Con la caída de la tarde, es imposible no notar la presencia de mujeres— entre discretas y directas— que ofrecen masajes a los caballeros que por allí pasan. Por 20, 10 y hasta 5 euros…

Es el último tramo de la calle, el que concentra otro de sus grandes atractivos. En la Rambla de Santa Mónica se disponen a uno y otro lado del paseo —algunas más impresionantes que otras— las estatuas vivientes. Pintadas enteras en colores metálicos o de blanco hacen sus gracias a cambio de monedas. En esa zona se erigen además el Museo de Cera y el Centro de Arte de Santa Mónica. La Rambla termina con un conjunto escultórico, no de carne y hueso sino de hierro, bronce y piedra. Es la estatua en homenaje a Cristobal Colón señalando el mar. Así recuerdo a la que en su tiempo fue la primera y única calle grande y amplia de Barcelona. Así me gusta— o prefiero— recordarla.

 

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Escrito por Unos Tres

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