Un día tocaba en el Pobre Diablo cuando recién había comprado este piano. Lo cuidaba muchísimo. Era un concierto que se repitió por varios días con un repertorio bastante amplio.
La anécdota ocurrió el último día de los shows.
Lucho Páez
Esa noche, al finalizar -más o menos a la una de la madrugada- recogíamos las cosas para salir del lugar. Levanté mi teclado, pero al momento de moverme, sentí que uno de los pedestales de la bateria se enredó con la basta de mi pantalón y no podía desenrredarlo.
Como ya estaba con el piano en mis manos tampoco lo podía dejar a un lado para safarme. Decidí avanzar así hasta que el pedestal se desenrredara con su propio peso.
Resulta que el pantalón seguía atorado y me estaba yendo de cara al piso. Mi amor por el teclado hizo que en vez de botarlo al suelo -porque era nuevo- optara por caerme de cara.
Evité que el instrumento tuviera daños. Valientemente lo sostuve y aunque me di duro, el piano quedó intacto.