Salomé Mediavilla
La memoria de Juan López grabó un instante del pasado. En su mente se añeja una imagen del barrio que lo llena de nostalgia. Un día, hace ya decenas de años, paseaba con su esposa por la González Suárez y coincidió que había un desfile de autos clásicos.
El momento es especial porque en esos días la relación familiar empezaba a florecer; Juan estaba a punto de convertirse en padre por primera vez. Pasaron los años, siguió con su vida. La familia maduró y él volvió a conectarse con la González cuando fue contratado para servir como como chofer personal para la familia Durán-Barba.
Tras varios años de servicio decidió viajar a Italia por petición de sus amigos. Se quedó por 11 años, donde tuvo múltiples trabajos. De esa experiencia aprendió lecciones sobre servicio al cliente; sobre la importancia de cuidar la relación con las personas para las que trabaja.
Al retornar al país, el destino hizo que regrese al barrio una vez más. Juan logró comprar un cupo en la Cooperativa de taxis, Hotel Quito y desde ahí no se ha perdido el vínculo con esta avenida y su gente.
En los ocho años que lleva en el servicio de transporte, ha llegado a admirar y apreciar mucho al barrio. La modernidad, el variado movimiento comercial, la organización y sus moradores atentos, colaboradores y muy talentosos son para él una característica de la zona. “Es como llegar a un lugar diferente; hasta el olor de los restaurantes es distinto”.
Valora mucho su trabajo porque le permite hacer lo que más le gusta, que es servir a las personas. Cada trayecto -dice- es un aprendizaje o una fuente de anécdotas. Incluso se atreve a decir que escucha las sugerencias de sus clientes para mejorar el servicio.
El destino ha creado los caminos para que Juan López siempre vuelva a la González. Cumple, de alguna manera, su misión de vida sobre un vehículo que le ayuda a crecer como persona y profesional del volante.
